martes, 25 de agosto de 2009

1- Prólogo

PRÓLOGO



M
i querido actor: creo que lo primero que debo hacer es tranquilizarte sobre mis intenciones en estos materiales que tienes frente a ti, y que acaso hayas comenzado ya a leer. Este «breviario para actores» no es la Biblia; no he tomado estas notas para pontificar sobre el Bien y el Mal, ni pienso que estas reflexiones mías sean un pozo de sabiduría; sin embargo estoy convencido de que puedes sacar, de esta lectura que hagas, conclusiones de alguna utilidad... Tú sabes mejor que nadie lo difícil que es la profesión de actor, y también que nadie tiene la llave que te abra la puerta del conocimiento tras la que descubras verdades contundentes. La de actor es una carrera llena de misterios, esquinas, dificultades, alegrías y amarguras.
  Las breves reflexiones que te propongo en este pequeño libro, en este «librito», diría yo, son efectivamente breves, pero han costado tiempo de fraguar. No las he escrito para confundirte más. Muy al contrario: las he meditado y las he repetido tanto, en mis clases para actores, que, en su día, varios alumnos me insistieron hasta convencerme de que deberían llegar a tus manos (como sabes esto no deja de ser una excusa porque, tarde o pronto, las habría publicado supongo, impulsado por la estúpida vanidad que casi todos los profesores tenemos).
  Te entrego estos párrafos, casi como mis alumnos los han trascrito en notas de clase. Nunca me ocupé de prepararlos de forma obsesiva. Evidentemente  también yo uso notas en las clases, pero, sobre todo al principio, no me detenía a pensar «esto lo publicaré para que los actores a quienes no he dado clase descubran que A es B y que Z en realidad es...». No se trataba de eso, cuando además, hay en el mercado bastantes publicaciones escritas por grandes autoridades, grandes maestros a quienes todos respetamos, y que tú puedes leer cuando te apetezca. Este dato me impedía tomar decisiones al respecto. De hecho, este dato –el de que hay muchas cosas bien escritas ya, y llenas de talento– tendría que haberme disuadido. Ya ves que no ha sido así. Que estoy aquí, contigo, haciéndote compañía en el camino difícil del arte, jugándome el tipo contigo, que me lees, y con los alumnos, con quienes actúo siempre que puedo...
  Todo ocurrió de manera sencilla... Un día me ví a mí mismo dando «notas» a un actor sin saber muy bien qué le estaba explicando, ni cuál pudiera ser su estado emocional en ese momento... mí ví ridículo a mí mismo explicando lo que yo no había experimentado en tres décadas (siendo muy joven, casi un crío, estuve en la profesión de actor un par de años), así que pensé «súbete de nuevo a un escenario con tus alumnos y sabrás lo que es sufrir». Y lo hice. Me subí al escenario haciendo textos escritos a su medida –la de los alumnos– y la mía. Podría parecerte que me puse las cosas fáciles, puesto que, al fin y al cabo, lo que iba a interpretar era lo que yo mismo había escrito.
  Pero no fue así. Creo que la dificultad es mucho mayor en tanto que el actor que pueda uno tener dentro (fui entrenado por buenos maestros) nada tiene que ver con el dramaturgo ni con el maestro que, hace años, intento ser para mis discípulos. Así y todo lo hice... Me maquillé un día (aún recordaba a una antigua maestra que me enseñó), me coloqué mis atavíos, subí los escalones que separaban el camerino del escenario y, muerto de miedo, me puse a largar mi texto junto a un discípulo mío.
  Si digo que pasé sólo algo de miedo te estoy mintiendo, porque lo que sentí fue algo parecido al terror. Y hasta puedo descubrirte sin sonrojo que, minutos antes de la representación, miré por la ventana del camerino en dirección al  coche aparcado cerca del teatro y pensé «lárgate, aún estás a tiempo»... Luego miré a mi discípulo y compañero de reparto y pensé que no se merecía eso... y ocupé, en la oscuridad del escenario, mi sitio... y traté de recordar todas estas cosas que aquí explico... todas a la vez... Tras la angustia que, evidentemente, me invadió, dije mis primeras palabras, «hice nacer el personaje» de la mejor manera posible dándome cuenta, claro está, de que una cosa es dar consejos cuando se están viendo los toros desde la barrera, y otra distinta torear.
  Han pasado casi seis años, y no me arrepiento de haberlo hecho. Hice aquella función y muchas, muchísimas más. Seguí escribiendo para mis alumnos, y hasta giré por ciudades tan opuestas como Armenia (Colombia), New York, La Habana, Los Ángeles y Edimburgo. Sí, mi querido lector, tuve la osadía de aparecer en Edimburgo, en el Fringe Festival. Y aquello fue bien. Diría que hasta muy bien. Y me di ánimos, y pensé que acaso mis notas breves sobre el arte de actuar no fueran tan malas.
  Por eso te las presento hoy, sintiéndome maestro y discípulo de mí mismo y de los demás, con un talante bastante matizado por lo que llamaríamos división triple de personalidad (profesor, dramaturgo, actor). Me pregunto si uno puede enseñar, actuar, escribir... sin hacer el ridículo en las tres cosas... Pero ahora es tarde. Ahora ya estás leyendo esto, y estás dispuesto –supongo– a leer muy pausadamente (que sea «pausadamente», por favor) las cosas que digo y repito en clase a la gente de tu edad o de la mía: «un día, mientras vais avanzando en el proceso de aprendizaje actoral encontraréis inopinadamente una forma de exposición que tendrá un carácter más sustantivo que circunstancial. Cuando eso os pase significará que estáis comenzando a ser actores y tendréis que enfrentaros, tras el trabajo interior y orgánico, a un mundo sonoro, emocional y gestual consecuente con lo que hayáis creado por dentro, y tendréis que lidiar con las emociones y la forma de verbalizarlas y de moverlas en el escenario... Tendréis que hacer algo tan elemental –y tan difícil– como es “verbalizar” el personaje, hacerlo nacer...en una síntesis de todos los textos: el texto/verbo, el texto/cuerpo, el texto/gesto…”
  Esta cuestión me ha obsesionado siempre. Me refiero al hecho de qué podemos hacer cuando por dentro sentimos «esto es así», sentimos que nuestro interior ya está dispuesto, y luego no somos capaces de crear escenarios verbales. Esto me preocupa, y muchos de los epígrafes que os vais a encontrar en este Breviario tienen que ver con eso, con ese hecho: el texto, el dichoso texto... la palabra, que es algo más –mucho más- que garabatos en la fotocopia que nos han dado para los ensayos. La palabra, escrita, no trascendida, nada puede hacer para que un actor se movilice.

  Cómo hacer que nuestra intensidad, nuestro trabajo sensorial, nuestra forma de construir el currículum de un personaje pueda llegar hasta la última fila en un patio de butacas, o pueda impactar al espectador en una sala de cine, porque nuestra mirada, nuestros matices, han convencido. Han sido el resultado lógico de nuestro trabajo previo... cómo conseguir eso... cómo hacer que el espectador quiera serlo de mí, respecto a mí... quiera ser espectador de nuestro trabajo... quiera «mirarlo», además de escucharlo.

  Por eso me preocupan los textos... ¿Acaso tengo demasiado de la escuela inglesa de interpretación en mi mente? Ésa es toda mi formación, no he conocido más sistemas que ése, el que parte del texto trascendido, con o sin rebeldía contra él.

  El texto, el texto... No tenemos tiempo nunca en clase de explicar qué es eso. Para mí es algo sagrado, que nunca quiero sacralizar, que está ahí siempre amenazando, pero que hay que aprender a dominar, a «traducir»...

  Esa idea de «traducir» el texto –los distintos textos que nos invaden por dentro-  me gusta para el actor. Mucha gente nos llama «intérpretes». Me gusta esa palabra, como me gusta la que nos define como «cómicos». Todo vale. Pero «intérprete» me lleva a «traductor», y creo que tenemos mucho de eso, aunque en el proceso de «traducir», logremos hacer arte y no ser mera correa de transmisión de conocimientos escénicos. Actuar es una forma de aclarar cosas (resolverlas). En realidad, si lo pensáis bien, lo que hacemos es dar solución escénica a lo que es un texto: «un complejo variable multitraducible», como pasa con la vida, con lo que oímos, con lo que vemos, con lo que nos rodea, con lo que nos dicen, con lo que decimos, y en cómo lo decimos…

  «Cómo» me parece sustancial, como también me lo parece el significante en todo proceso artístico, hasta tal punto que muchas veces es el significante lo que constituye el significado. Ya sabéis, todo aquello que nos decían sobre cómo la forma puede llegar a ser más pertinente que el fondo/significado. Eso puede ser verdad, aunque lo ponga o someta todo a discusión, como también quiero haceros considerar lo siguiente: ¿sirve de algo el significante y el significado, si no se produce el milagro de la significación escénica?

  Si lo pensamos bien, eso nos conduce a esa manida historia de que de poco vale que nos emocionemos si no logramos que los demás se emocionen. Esto, llevado a un extremo, podría ser una estupidez, podría significar que lo que vale es «engañar» al espectador, cuando sabemos que nadie engaña a ningún espectador, y menos el que se lo propone, ya que ni el espectador se deja engañar, ni es actor el que no va con su verdad, y la verdad, por delante.

  Sea como fuere no voy a ocultar mi obsesión por el texto, por la partitura que un texto teatral contiene y por la forma que nos posibilita construir una estética verbal. Creo que en clase siempre encontramos tiempo para preparar nuestro cuerpo, la forma física, los procesos de desinhibición, el grado de concentración y demás cosas. Pero nos pasa demasiado a los que enseñamos teatro, actuación en general, que nunca tenemos tiempo para algo que en realidad requiere mucho: verbalizar un personaje. Asegurarnos de que podemos pasar del octosílabo al endecasílabo con cierta maña, saber que Ibsen no es Thornton Wilder, y que ninguno de los dos son Shakespeare o Molière... En fin, todas esas cosas que tienen que ver con la existencia verbal del personaje, que no es sino el conjunto de verdades, incluidas las emocionales, físicas, gestuales…

  Tengo otra obsesión. Os la paso: ¿Por qué un músico distingue entre géneros y tonalidades y nosotros no? O lo diré mejor: no veo la razón para que todo sea tan preciso en la música y todo lo dejemos a la intuición en el teatro... ¿O no es así? Creo que es cierto que a todos nos gusta demasiado la «imprecisión», y ponemos toda clase de excusas relacionadas con el «talento», la intuición, la aportación propia... para huir de lo preciso, lo bien formulado.
El texto no tiene que ser obstáculo, no tiene que ser sacralizado –eso es evidente– pero no puede jugar un actor a que la prosa es verso y que el verso son oraciones subordinadas o yuxtapuestas... no puede un actor construir por su cuenta y riesgo ignorando la información estética que los textos –por regla general–, tienen... Las cosas son como son. Si eso no fuera así ¿por qué no hacer siempre la misma obra y el mismo autor? ¿Para qué hacer un repertorio si no estamos dispuestos a bucear en el texto, en los diversos matices que cada autor tiene?
  Los párrafos que siguen no son una solución (¿qué es una solución?), pero sí una reflexión. En el futuro me gustaría incluir ejemplos y la forma de representarlos en clase, pero me da algo de miedo. Podría parecer que intento escribir un método y esto después de Stanislavski o Jouvet me parece osadía, ignorancia supina, estulticia...

  Después de lo que han escrito los grandes maestros, el resto –yo mismo, claro– podemos aspirar a aclarar, a allanar el camino que tenéis por delante. No podemos creer nosotros mismos que estamos dando soluciones válidas, distintas de las que ya conocemos; no se puede inventar la pólvora cuando ya está inventada, pero me anima el hecho de que mis reflexiones están hechas desde clase, con actores, desde nuestra perspectiva, incluyendo también a nuestros autores, nuestras circunstancias específicas, y no circunscribiendo todo al teatro, sino a la actuación en general, aunque no siempre abunde en ese matiz, porque lo doy por asumido. En mi subconsciente pienso en actores y en actuaciones en general. No me limito a hacer reflexiones a partir sólo del texto del teatro (ni de literatura dramática que lo sustenta), sino del «texto» como algo más ambicioso, más ambiguo… como algo capaz de producir verdades. Desde esa perspectiva, es posible, que lo que he escrito, pueda servirte para algo.

  Para concluir sólo diré que la conexión del actor con el texto me parece una experiencia casi religiosa, una posesión mística. El cuerpo del actor se diluye en el texto, y al revés... Actuar es como amar. Dejémoslo ahí. No es mala reflexión... Actuar es como hacer el amor. Ahora, puedes comenzar. Hay párrafos que parecen difíciles. Léelos cuidadosamente; no lo son. Tú vas a estar siempre por encima de los párrafos. No te irrites si no los entiendes en una primera lectura. Los profesores nos solemos poner pedantes.

M. A. Conejero Dionís-Bayer
La Habana, Marzo 2005


  P.D. ¡Ah! Se me olvidaba. Si te estás preguntando si tienes que ser actor o médico, te aconsejo que optes por lo segundo. «Un actor es alguien que no soporta no serlo».






Nota para la segunda edición



L
o primero, y casi lo único, gracias por «tragaros» esto. Gracias por consumir la primera edición, con sus imperfecciones y sus erratas casi inevitables. No sé por qué nos hemos habituado a las erratas. Tanto, que casi las echamos de menos. Hay una en la primera edición que tiene su gracia, y que es buena medicina para curar la más incurable de las vanidades. Cuando cito El Príncipe Constante en uno de los párrafos, ponía El Príncipe Cantante. ¿Bonito, no?
  Esta segunda edición es de las que se llaman «corregidas y aumentadas». Puedo asegurar que está aumentada. Lo de «corregida», está por ver. He añadido algunos párrafos. No sé si necesarios o no. Pero el problema de seguir dictando clases para actores es ése: que piensas que lo que habías hecho estaba incompleto. Procuraré no añadir mucho más en subsiguientes ediciones si me hacéis el honor de ir leyendo esta que ahora entrego. De seguir ampliando, acabaría por no ser un breviario. De eso me doy cuenta... Agradezco a mis alumnos de la Cátedra/Laboratorio Actores de la Fundación la paciencia que me han demostrado. Ellos han sido esta vez mi banco de pruebas. Tras las clases del primer trimestre del curso académico 2000/2001, creo poder estar en condiciones de decir que mis pequeñas reflexiones son de alguna utilidad. Un profesor siempre tiene la sospecha de que lo que escribe podría no servir para nada. Creo –espero– que no sea éste el caso. Os dedico esta segunda entrega a todos, no sin pedir, como es de rigor en un «clásico», vuestra benevolencia.

El autor




Nota muy breve para la tercera edición



D
ecía en la nota para la segunda edición que no añadiría mucho más. Pido perdón porque sí he añadido cosas. ¡Nunca cumplimos las promesas!
  Esta vez tengo una nueva excusa. Me invitó muy cordialmente Alicia Hermida, gran maestra y amiga, a dar unos cursos en «La Barraca», escuela eficaz y deliciosa que ella dirige con la ayuda de Jaime y Ana.
  Y ha pasado lo que tenía que pasar: nuevos alumnos, nuevas cuestiones, nuevos párrafos... y nuevos agradecimientos a todos los alumnos de allí.
El autor










NOTA PARA LA CUARTA EDICIÓN



¿O
 No añadir nada más? ¿Hacer que este librito mantenga su formato de breviario? Ésas eran promesas que me hacía a mi mismo desde la primera edición, pero es evidente que no estoy cumpliéndolas...
  Las clases para mis actores de Madrid siguen su curso normal, y sigue siendo necesario ir corrigiendo, ir quitando cosas absurdas (esto no quiere decir que las páginas que aquí quedan ahora no estén llenas de esas cosas absurdas) e ir añadiendo material nuevo que surge cada día como resultado de las explicaciones de teoría de la interpretación, o de las prácticas conducentes a la muestra de cada trimestre.
  Eso y las nuevas experiencias en el recién fundado Teatro Joven* de la Universidad Técnica de La Habana (CUJAE), me obligan a seguir quitando y poniendo cosas. Los alumnos de aquella bendita tierra tienen características específicas y el devenir de las explicaciones a veces va por caminos no explorados antes, lo que hace que algunas cosas deban ser redefinidas, dadas las dudas que aquellos alumnos me plantean.
  Verás que hay párrafos nuevos y que otros han desaparecido. O simplemente verás que algunos más farragosos son ahora más sencillos. He intentado que todo esté más claro, aunque tengo la sospecha de que no lo he conseguido. Pero no me preocupa demasiado. Para ser rigurosos, los profesores solemos ponernos farragosos. Es inevitable. Aunque también sea cierto que muchas de las cosas que hemos de aprender sobre la actuación son realmente complicadas... Más complicadas de explicar que de hacer.
  Eso me lleva a poderte decir con mucha tranquilidad algo que siempre repito pero que no había puesto por escrito:

QUE NO CONFÍES DEMASIADO EN NOSOTROS (LOS QUE ESCRIBIMOS SOBRE ACTUACIÓN) NI CREAS QUE ALGUNO DE NOSOTROS TE ENSEÑAREMOS SECRETOS ACTORALES, A PARTIR DE LOS QUE LLEGARÁS A SER UN GRAN ACTOR....

  Eso nunca ocurre así... Serás actor cuando te propongas serlo... Esto es como nadar, querido lector: no se aprende a nadar el día que el monitor te ha dado una clase «magistral». Permite que te diga que uno se pone a nadar el día que le da la gana... Y que no hay una relación directa entre el talento del profesor y el progreso del actor...
  Estos párrafos del Breviario, corregidos ya por cuarta vez, y mis clases, pueden ayudarte... Claro que sí... Pero eres tú quien debe decidir «Voy a actuar»... En las clases, como mucho, tenemos intuiciones, descubrimos ángulos de tu personalidad, rendijas por las que colarnos en tu cerebro para ayudarte. Pero nadie puede decirte (¡no te fíes de quien te lo diga!) «Voy a hacer de ti un actor». Tú harás de ti mismo un actor... Tú, y sólo tú. Nosotros, con escritos, libros y clases, sólo somos comparsas en este camino que empiezas o que has empezado... Ésa era la observación que quería hacerte en esta nota a la cuarta edición... que no somos tan importantes, que podemos ayudar... pero que eres tú, tu entusiasmo, tus ganas de ser actor, las que van a servir para funcionar en el futuro... dicho eso, pasa, lee, y critica lo que no te parezca correcto.